¿Está avanzando la integración latinoamericana?
Por: Juan Fernando Palacio
Profesor de Relaciones Internacionales, Universidad de Antioquia, juanfernandopalacio@gmail.com
Las nuevas figuras presidenciales despiertan optimismo, pero aún sin resultados.
La llegada
de Gustavo Petro al poder el pasado 7 de agosto de 2022 lograba un hecho
inédito para la Alianza del Pacífico, el bloque de integración creado hace 11
años compuesto por México, Colombia, Perú y Chile: por primera vez en su
historia los cuatro miembros contaban con presidentes de izquierda y a la vez grandes
simpatizantes de la integración latinoamericana. Esta oportuna coincidencia
política permitía imaginar que el marco de la Alianza se podría utilizar para
profundizar la integración entre estos países. De la misma forma, el retorno de
Luiz Inácio Lula da Silva al poder en Brasil en enero de este año ha significado
otra inyección de optimismo. Lula fue en sus presidencias anteriores una figura
de estatura global que hizo no pocos esfuerzos por impulsar la integración
regional y que podría volver a tener esta como prioridad de su agenda,
aprovechando su prestigio para lograr algunas cosechas tempranas. ¿Será que en
este nuevo contexto político latinoamericano podremos ver algunos avances
positivos en la integración regional?
Con un grupo
de colegas analizamos estas inquietudes el pasado 14 de marzo en un Debate de
Coyuntura organizado por la profesora Andrea Arango, coordinadora del programa
de Ciencias Políticas de la Universidad de Antioquia, en compañía de los politólogos
Doris Gómez Osorio y Juan Daniel Guisao Álvarez, docentes de la Universidad.
Las conclusiones a las que llegamos en este panel no fueron muy alentadoras.
En el primer
caso, el impulso que pudo haber jalonado a la Alianza del Pacífico en estos
últimos meses se fue desdibujando en la profunda crisis en la que entró en el
Perú el gobierno de Pedro Castillo, antes de ser retirado por la fuerza del
cargo, acusado de golpe de Estado, luego de que el pasado 7 de diciembre
anunciara sin éxito la disolución del congreso. Para noviembre pasado se había
planeado la cumbre presidencial anual de la Alianza en México y había tenido
que ser aplazada porque el congreso le negó la salida del país a Castillo en
medio de las investigaciones por posible corrupción. Se replanteó para hacerse
en Lima en diciembre para, de paso, apoyar políticamente a Castillo, pero se
suspendió de nuevo, esta vez una verdadera cancelación, cuando Dina Boluarte, vicepresidente
de Castillo, asumió el poder en medio de la crisis. Desde entonces, ni México
ni Colombia han tomado una posición neutral ni de mediación en la crisis
constitucional peruana, sino que se alinearon con Castillo, y hoy las relaciones
diplomáticas de Colombia y México con el Perú están en el punto más bajo en
décadas. Los tratados de la Alianza no se han deshecho, ni mucho menos, y su esquema
comercial, que es vital para la integración de largo plazo de los mercados,
sigue operando sin impedimentos. Pero esta inédita crisis diplomática está socavando
la base para nuevos acuerdos de profundización de la integración en este ciclo
político.
Duras lecciones
deja este altercado. La primera, que las dificultades internas de la política
interna compiten por el orden de prioridades y relegan a los proyectos de integración
regional a lo menos importante. Ante grandes fragilidades en la gobernabilidad
interna, lo urgente anula lo importante, lo operativo sofoca lo estratégico. Si
bien hoy Perú pueda ser el caso más extremo, esta problemática está afectando
en cierta medida a la gran mayoría de los países de la región, y el asalto de
los bolsonaristas a las instituciones del gobierno federal en Brasilia el
pasado enero es el caso más emblemático de esto. La segunda lección es que si
lo ideológico se sigue anteponiendo al pragmatismo en política exterior
regional, la integración no puede avanzar. La Alianza, por un buen periodo un pequeño
oasis de pragmatismo en la región, ya lleva varios años de pocos frutos por esa
razón.
Por último,
hasta ahora la iniciativa más sonada que el nuevo gobierno Lula ha traído en
integración ha sido el anuncio el pasado enero, en conjunto con Argentina y en parte
como respuesta a las complicaciones macroeconómicas de este último, de que se
analizará la puesta en marcha de una moneda común que sirviera de mecanismo de pagos
entre estos dos países y eventualmente para toda la región. Las declaraciones
se quedaron en ese nivel de ambigüedad y hasta ahora los gobiernos involucrados
no le han hecho un seguimiento al proyecto.
El problema
con una iniciativa de moneda común para la región no es que sea una mala idea,
sino que, técnicamente hablando, se trata de una etapa demasiado avanzada de la
integración económica que, para que sea viable, requiere de progreso en las
demás. La convergencia en la política monetaria, como en el caso de una moneda
común, requiere de igual convergencia en la política fiscal para que funcione. Asimismo,
la convergencia en la política macroeconómica, es decir, monetaria y fiscal, tiene
verdadero sentido cuando ya ha habido una significativa integración de mercados
entre un conjunto de países. Sin suficiente integración de mercados, los proyectos
de integración más elevados son artificiales y frágiles. Lo mismo pasa con los
proyectos de integración política que algunos líderes pareciera que los
quisieran formalizar casi por decreto sin que se avance en serio en la
integración económica. La integración política no es viable sin integración
económica; la clave está en la interdependencia. Si no se fomenta primero la
interdependencia económica y social entre los países, ningún constructo político
supranacional es capaz de sobrevivir a la siguiente crisis económica o al
siguiente estallido social, porque los nacionalismos le terminarían ganando el
pulso a los proyectos integracionistas. Así como es importante contar con visiones
claras y ambiciosas de largo plazo, es igualmente importante trabajar con
modestia en los primeros escalones, para que a los siguientes no se llegue por accidente
ni por artificio sino como desenlace natural de un desarrollo orgánico que se
sostiene por su propio peso.
Gobiernos
como el de Brasil, Colombia o Chile, entre otros, todavía tienen mucho capital
político en la región y pueden aprovechar su liderazgo para que se avance en
áreas para las que ya hay suficiente maduración, como mayor integración en
comercio de bienes, convergencia de regulación para comercio de servicios, mayor
movilidad laboral intrarregional, homologación automática de títulos profesionales,
mercado de capitales, visados comunes, infraestructura energética y de
transportes, entre otros. Si no se trabaja sobre esos puntos de convergencia
temprana, tendremos que esperar hasta el próximo ciclo político en América
Latina para recuperar el optimismo sobre la integración.
(Imagen: DW)
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