¿Cómo entender la intervención rusa en Ucrania?
Por: Juan
Fernando Palacio
Profesor de Relaciones Internacionales, UPB Medellín, juanfernandopalacio@gmail.com
El día de
ayer, 23 de febrero, el ejército ruso comenzó la invasión de la vecina Ucrania,
un país con un gobierno elegido democráticamente, pero con grandes divisiones
étnicas que se suman a una situación de clara debilidad nacional ante una
confrontación de estas proporciones. Por condiciones geográficas y carencia de
apoyos mayores, las cosas están dadas para que Rusia domine el territorio
ucraniano en pocos días y con facilidad. Un desastre humanitario es inminente.
Es patente
el eco a la Primavera de Praga: así como en 1968 la Unión Soviética sofocó en
Checoslovaquia un intento de reformas pro-occidentales con una invasión militar
a un país de su área de influencia, ahora Rusia se propone el mismo método en
un territorio que es de mayor importancia estratégica para su seguridad.
Los libros
de historia se van a reescribir para relatar que a partir de 2022 surge una
Segunda Guerra Fría, o para simplemente aclarar que la Guerra Fría original
nunca terminó y que sólo vivimos una pequeña detente desde 1991 que no duraría
más de una década. Si es cierto que la expansión de la OTÁN hacia Europa del
Este a partir de 1999 ha aumentado la percepción de inseguridad del gobierno
ruso y en parte explica sus comportamientos agresivos actuales, también es
cierto que el autoritarismo y la represión política del régimen ruso – su
incapacidad de transformarse en un régimen más abierto – ha contribuido a
sembrar la desconfianza en Occidente. Hoy de nuevo las rivalidades de las
grandes potencias se demarcan a través de claras líneas ideológicas, y el anhelo
de que Rusia se reforme desde adentro por virtud de la adopción del capitalismo
y sin mayores presiones políticas externas es una esperanza que ya se va
desvaneciendo.
La receta de
Putin en Ucrania en 2022 es la misma de Georgia en 2008 y la misma de Ucrania
en 2014: en los países que intentan desprenderse de su esfera de influencia se
aprovechan los descontentos de la población étnica rusa, se apoyan las
declaraciones de independencia de los territorios de mayoría rusas, la población
no prorrusa de esos territorios huye o es expulsada y se utilizan referendos
dudosos para intentar legitimar los cambios. Así, una intervención ilegal desde
el punto de vista del derecho internacional contra la soberanía de un país se
viste de legitimidad, en una estrategia que, hay que decirlo, guarda semejanzas
con la que usó la OTÁN en 1999 para detener la limpieza étnica de Kosovo. Lo
que es presentado como un acto ilegal de agresión por la narrativa de los
medios y gobiernos occidentales, la narrativa prorrusa lo entiende serenamente
como un acto de intervención humanitaria. Como la única institución con derecho
a definir la situación es el Consejo de Seguridad y en este Rusia tiene poder
de veto, el asunto se quedará en una suerte de limbo jurídico y en el plano de
las opiniones de los desautorizados.
Ahora bien,
ante esta situación, ¿qué deberían hacer Estados Unidos y la Unión Europea? Si
seguimos estrictamente la receta de sobrevivencia de la Guerra Fría en la era
nuclear, esta es categórica: no deben hacer nada, o, por lo menos, no deben
hacer mucho. Si quieren la paz, las grandes potencias no pueden ni entrar en
una confrontación directa con otra potencia ni inmiscuirse en su área de
influencia directa hasta un punto en que la haga sentirse vulnerable. Así como
Francia y Rusia protestaron por la invasión ilegal de Estados Unidos a Irak en
2003 pero tuvieron que quedarse de brazos cruzados, así mismo ahora la OTÁN se
ve volcada a abstenerse de una intervención militar directa en Ucrania. La regla
informal sería algo como: “si es potencia, hay que dejarla hacer”. Siempre que
no se involucren con el área de influencia estratégica vital de otra, a las
grandes potencias hay que dejarlas actuar contra terceros como la mejor receta
para evitar una catástrofe nuclear, y casi conformarse con las recriminaciones
públicas. Este hecho es tan difícil de digerir como perdurable.
Los líderes
políticos no deben olvidar que en nuestra era nuclear la confrontación directa
entre grandes potencias es un suicidio mutuo, con el riesgo extra de una
devastación total del planeta en el camino. Si algo nos enseñó la segunda mitad
del siglo XX es que las guerras frías sólo se pueden enfrentar como guerras de
desgaste. Los resultados de las confrontaciones indirectas sumados a las
diferencias de desempeño económico y de calidad de vida de la población
terminarían en el largo plazo moviendo las placas tectónicas de la política
interna, que pueden desembocar en nuevos gobiernos con una percepción diferente
de sus desafíos estratégicos y de esta forma se desactivaría el conflicto.
Si ese va a
ser el juego estratégico de la OTÁN para evitar una catástrofe nuclear, los paquetes de
sanciones y demás acciones que se inicien tendrán metas muy claras en el largo
plazo. No obstante, siguiendo todavía la receta, la prudencia obligaría a hacer
sacrificios tácticos. Así las cosas, la situación no podría ser peor para la
población ucraniana.
Si llegamos
a donde estamos ahora es porque entre todos los actores involucrados hubo errores de
cálculo en la mesa de negociación que no permitieron que se evitara un baño de
sangre. Y en esta nueva fase que acaba de comenzar los errores de cálculo son
potencialmente más peligrosos. Ahora el reto de Estados Unidos y la Unión
Europea es el de encontrar un adecuado equilibrio en el uso medios indirectos
que sancionen a Rusia y que ayuden a la población ucraniana sin que Rusia se
sienta amenazada en su integridad.
(Imagen: BBC)
Muy buen análisis. Gracias.
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ResponderBorrar¡qué buen artículo! Muy esclarecedor. Todo un despliegue de conocimiento fundamentado. Claro y contundente. Mis felicitaciones aprecido Doctor. Por otra parte, ¡qué dolor la guerra!
ResponderBorrarSi yo lo veo desde la perspectiva rusa me parece que tener a la OTAN y mi enemigo de décadas al lado se torna en una seria amenaza ante la cual se deben tomar medidas, me parece que la nueva relación ruso-china va a pesar en el escenario mundial, y contrario a la conclusión del párrafo final, me parece que el verdadero reto para los gringos es abstenerse de ponerse la camisa de héroes.
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