El encanto de Encanto


Por: Juan Fernando Palacio

Profesor de Relaciones Internacionales, UPB Medellín, juanfernandopalacio@gmail.com

Esta animación es una joya para entender a Colombia, pero no por su superficie. 

(Alerta spoiler: no siga leyendo si no quiere saber a fondo de la película antes de vérsela).

No son pocas las ocasiones en las que las animaciones para niños nos sorprenden por su inteligencia, por su efectividad en hacernos sentir y por la profundidad y delicadeza de su contenido metafórico. La nueva película Encanto de Disney es una de ellas. Encanto es admirable porque realmente consigue relatar a Colombia. Ante los ojos más incrédulos, la desnuda. Encanto es un viaje antropológico disfrazado de película de Disney.

Ahora bien, la hazaña de Encanto de relatar a Colombia no radica en ninguno de los lugares comunes y obvios con los que la película se asocia con el país. No es por la diversidad étnica y cultural con la que se describe a Colombia. No es por los paisajes de yarumos majestuosos y palmas de cera de la región cafetera ni la fastuosidad de la fauna silvestre nacional. Tampoco por ser reflejo de la arquitectura o de la vestimenta, o de la culinaria o de la música. Ni tampoco porque la película sea en sí misma un despliegue de realismo mágico de estilo garciamarquiano. No. Todo ello es bello, todo ello es dulce; todo ello aporta en ambientación, pero es, a la hora de la verdad, accesorio.

Si Encanto toca fibras es por otra cosa: es porque la película cuenta, con genial delicadeza, la historia de la violencia en Colombia y de las heridas que como sociedad todavía no terminamos de sanar, todo desde la metáfora, con cautela y sutileza, para que los niños la disfruten desde su inocencia mientras los adultos la lloran.

Queda claro que en la película no hay casa mágica; lo que hay es una viuda severa, desplazada por el conflicto, víctima de la violencia, a la que le asesinaron a su esposo, que tuvo que endurecer su carácter para sobrevivir el trauma y levantar a tres hijos sola como cabeza de hogar. Si la abuela no se endurece no logra que su casa funcione en medio de la adversidad. Tampoco hay dones; no son más que la mirada de aprobación que la abuela pone desde su subjetividad sobre sus hijos y nietos. La colina más alta e imponente no era otra cosa que una coraza artificial que se hizo la abuela para proteger a su psiquis del horror de la violencia y no vacilar sola en su labor de crianza. No era cierto que Mirabel careciera de dones: era la única capaz de cuestionar la autoridad desbordada de la abuela y, por este medio, salvarla de sí misma y salvarlos a todos de una rigidez que les estaba haciendo daño y sembrando discordias. En la película todo es símbolo.

Fue un gran acierto que en una obra para niños hubiera tan pocos segundos de escenas de violencia – el pueblo, el camino y el río – y que, no obstante, llegaran a ser tan arquetípicas de la experiencia de la violencia y del desplazamiento en Colombia. Otro acierto fue que la película no propusiera un antagonista claro, como recordándonos que el bien y el mal están en cada corazón y que es elección de cada uno de nosotros actuar con bondad para construir con los demás.

A Colombia todavía le falta mucho para superar la violencia y sus heridas, que son perceptibles desde el programa de radio matutino y el noticiero de todos los días hasta en la más inocente conversación cotidiana. Por conseguir, de forma tan bien lograda, una síntesis en miniatura de la historia emocional de Colombia, Encanto es una película que puede usarse para ayudar a sanar. Qué bien que ha llegado, para que podamos mirarnos en ese espejo.

(Imagen: CNBC)

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