Migración venezolana: ¿Cómo reaccionar?
Por: Juan Fernando Palacio
Profesor de Relaciones Internacionales, UPB Medellín, juanfernandopalacio@gmail.com
La migración llegó para quedarse. Y trae
retos, pero también oportunidades.
Colombia
recibió súbitamente, en un periodo de unos seis años, a más de un millón y
medio de venezolanos que han huido de la crisis humanitaria de su país. Los
últimos datos oficiales de Migración Colombia dan cuenta de 1.722.919
venezolanos y según estimaciones independientes la cifra podría ser un poco
mayor.
Caracterizado
por ser expulsor de migrantes, de repente Colombia se convirtió en receptor
neto de migración y en el epicentro del éxodo venezolano. Este éxodo ha
impactado varios países y constituye la migración más grande y vertiginosa en
América Latina y la segunda crisis migratoria mundial después de la de Siria,
pero con una ayuda internacional todavía insuficiente para asistir a los más
vulnerables.
La situación
de muchos venezolanos se ha agravado también de cuenta de la crisis del Covid. El
aumento del desempleo impacta desproporcionalmente a los trabajadores
informales y a las poblaciones migrantes. Si bien los gobiernos están haciendo
políticas contracíclicas de recuperación económica, la población migrante no
suele verse en las primeras líneas del orden de prioridades en medio de
dificultades socio-económicas tan agudas y generalizadas como las actuales. El
aumento de la xenofobia ligado a la asociación simplista de que la población
migrante puede ser un vector de contagio es también un factor de riesgo
considerable.
Algunos
ciudadanos y políticos en Colombia han manifestado, incluso desde antes de la
pandemia, preocupaciones por los efectos negativos que pueda traer la migración
venezolana y algunos hasta preferirían que se cierre la frontera incluso luego
de superada la crisis sanitaria. Se teme que una creciente migración aumente el
desempleo y la delincuencia en el país. Sin embargo, es necesario partir de
claridades históricas, económicas y geográficas para participar adecuadamente
de este debate nacional.
Primero,
Colombia tiene una deuda histórica con la sociedad venezolana. El boom
petrolero del país vecino en la segunda mitad del siglo XX hizo que años atrás
colombianos emigraran a Venezuela en cantidades muy similares a las del flujo
actual. El hecho de que hubieran sido acogidos por los venezolanos multiplica
las razones para que los colombianos devuelvan ahora el gesto.
Segundo, el
efecto neto de la migración venezolana es positivo para la economía colombiana,
más allá de la crisis económica actual y hasta considerándose la crisis. No
sólo los venezolanos aumentan la mano de obra disponible y la energía
emprendedora sino también la demanda agregada y el recaudo fiscal del país. En
efecto, hasta la llegada de la crisis del Covid, la migración venezolana
siempre coincidió con un crecimiento económico saludable, y constituye un
factor de estímulo y no de retroceso para la recuperación económica que ya
comenzó.
Tercero,
Colombia y Venezuela comparten una frontera porosa de más de 2.200 kilómetros
por la cual es muy fácil transitar de un lado al otro. Por más que un gobierno
quisiera controlar el tránsito en la frontera es virtualmente imposible hacerlo
en toda su extensión. Por su geografía, Colombia y Venezuela son dos países
siameses con destinos compartidos, en los que siempre habrá flujos migratorios
importantes ante desempeños económicos muy diferenciados. Cerrar la frontera no
es entonces una alternativa y sólo serviría para aumentar la vulnerabilidad de
los migrantes.
La respuesta
de los colombianos por ende no debe ser el temor y la xenofobia ante la
calamidad de la sociedad venezolana sino la comprensión, la gestión y la
solidaridad, para que se aprovechen las oportunidades económicas que trae la
migración al tiempo que los venezolanos encuentran en el país un nuevo hogar
donde prosperar.
(Imagen: The City Paper)
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