La Organización Mundial de la Salud necesita atención médica



Por: Juan Fernando Palacio
Profesor de Relaciones Internacionales, UPB Medellín, juanfernandopalacio@gmail.com

Malo si mucho, malo si poco: proteger a la sociedad de pandemias es una tarea ingrata.

Si se actúa con lentitud y cautela, las autoridades son acusadas de fallar en prevenir muertes. Pero si se actúa con rapidez y rigor antes de que un brote se salga de control, las autoridades son acusadas de sobre-reaccionar y de afectar la economía con restricciones que parecen innecesarias, porque la crisis nunca creció para demostrar que era grave. Expertos llaman a esta paradoja la ley de hierro de la salud pública.

Si esto es cierto para el juicio que hacemos de las medidas de los gobiernos locales y nacionales ante, por ejemplo, la pandemia actual, también lo es para cuando evaluamos la respuesta ante situaciones de crisis de la Organización Mundial de la Salud, institución central en la gobernanza global, a la que hoy le llueven críticas por su lentitud ante el brote del Covid-19 y que ha quedado en el medio de las crecientes rivalidades entre Estados Unidos y China.

En efecto, hoy a la OMS se le acusa de lentitud y de una actitud demasiado reverente ante China, país en donde se originó la pandemia. Pero, caso contrario, cuando en 2009 surgió en México el brote de la gripe porcina y la OMS actuó diligente y proactiva, facilitando con éxito el control de la pandemia en apenas año y medio y con pérdida relativamente baja de vidas, gobiernos y medios de comunicación fueron sumamente duros con la organización, acusándola de medidas y atribuciones excesivas y de alarmar innecesariamente al público. Desde entonces la OMS se volvió más cautelosa e introvertida ante brotes epidémicos y parte de su comportamiento inicial ante el nuevo coronavirus puede explicarse por esta evolución.

Pero este no es el único revés que ha tenido la organización en los últimos quince años. Un factor determinante en la debilidad actual de la OMS fue la crisis financiera internacional de 2008, que tuvo como efecto la congelación de las contribuciones obligatorias de los países miembros. Esto ocasionó grandes recortes de iniciativas y de personal y aumentó la dependencia de contribuciones voluntarias de países miembros y donantes privados, que ya representan el 80% del presupuesto total, lo que le quita autonomía para tomar decisiones de gasto.

Otro momento clave fue la crisis del ébola en África Occidental en 2014. Esta epidemia se encontró con una OMS ultra cautelosa y debilitada financieramente. Su incapacidad para liderar adecuadamente la respuesta ante la epidemia fue tal que la ONU tuvo que crear un comité ad-hoc para coordinar los esfuerzos internacionales contra la misma.

Asimismo, se puede mencionar la elección en 2017 del último director general de la organización, el etíope Tedros Adhanom, en una elección inusualmente reñida y tensa en la que el vencedor obtuvo el cargo gracias a una coalición de países africanos y asiáticos, de la cual China hacía parte, a pesar de representar a un gobierno con un record muy pobre en derechos humanos. El liderazgo de Tedros ha sido cuestionado en varias ocasiones. Y ha cometido errores crasos, como cuando intentó nombrar a Robert Mugabe, el polémico y dictatorial ex presidente de Zimbabue, como embajador de buena voluntad de la OMS para aparentemente pagar un favor político por el apoyo de éste en la elección de Tedros al cargo.

Con estos antecedentes, la OMS que en 2020 ha tenido que enfrentar la pandemia del Covid-19 es una organización con múltiples dificultades, vacilante, sin recursos suficientes, con problemas de transparencia y liderazgo y con cuestionamientos de politización de su toma de decisiones, exacerbadas por la falta de presión hacia China que hubo al comienzo del brote y por los oídos sordos hacia Taiwán cuando quiso alertar anticipadamente lo que estaba sucediendo en China. La OMS de hoy necesita de atención médica si queremos que la institución juegue un papel importante en proteger al mundo de futuras pandemias en el siglo XXI.

Pensar entonces en el futuro de la OMS exige partir de tres consideraciones importantes. La primera es que la OMS es una organización indispensable para la gobernanza global. Un mundo globalizado como el actual se beneficia ampliamente de la existencia de una organización que promueva mejores prácticas en materia de salud pública en todo el mundo y que coordine respuestas a amenazas globales y vertiginosas como lo son las enfermedades epidémicas. Abandonar la OMS porque tiene problemas no es la respuesta.

La segunda consideración es que, como se acaba de exponer, la tarea de responder a pandemias es una muy ingrata. Se requiere de un juicio muy equilibrado hacia la labor de la OMS de parte de toda la sociedad y de los gobiernos de los países miembros. Se debe valorar mucho más la proactividad y la agilidad de la organización, así esto exija sacrificios económicos como los que producen las restricciones de viajes y las cuarentenas. La crisis actual debe ser la lección para que a la OMS no se le vuelva a censurar por velocidad y proactividad en la acción como sucedió con la gripe porcina.

La tercera consideración es que la OMS necesita de reformas sustanciales y tanto gobiernos como sociedad civil deben proponerlas con urgencia, pues de ello depende que estemos preparados para una nueva crisis de salud pública como la actual. Hay que empezar con aumentar las contribuciones obligatorias de los países miembros para que se recupere autonomía en la toma de decisiones. Hay que continuar con una verdadera definición de prioridades para la asignación de recursos escasos, en la que la atención a las enfermedades epidémicas sea mucho más alta. Y hay que hacer una reingeniería a la estructura de la organización que la haga más coherente, más transparente y menos redundante, para que se optimicen los recursos y se agilice la toma de decisiones.

Cuando, mucho antes de la crisis financiera y de la gripe porcina, la epidemia del SARS se desató en China en 2002 – la primera epidemia de coronavirus –, bajo el liderazgo ejemplar de la noruega Gro Harlem Brundtland la OMS jugó un rol protagónico y crucial en la respuesta ante la crisis. Se crearon alianzas a niveles subnacionales para obtener los datos para monitorear la epidemia sin tener que esperar que los entregaran los gobiernos. China también fue renuente a cooperar con la organización y se hizo presión de manera asertiva para que cooperara. El mandato de la organización – que es ambiguo y amplio – se interpretó con audacia para crear el margen de maniobra necesario para liderar los esfuerzos de todos los actores y salvar miles de vidas. Y la opinión pública valoró las acciones de la organización. La experiencia del SARS demuestra que sí se puede. Instituciones globales vitales como la OMS deben tener el diseño adecuado, los recursos suficientes y el liderazgo idóneo para que provean adecuadamente de bienes públicos a la sociedad.

De los aciertos y desaciertos del pasado se debe aprender para reformar la organización.

(Imagen: Nikkei Asian Review

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